Memoria del agitador o la fundación de Ajoblanco
Muchos de los miembros de la generación que conoció los estertores de la Universidad franquista todavía guardan un ejemplar de Ajoblanco en algún rincón. La revista alternativa más influyente de los últimos 30 años salió a la calle en octubre de 1974, con un capital de 1.800 euros, sin publicidad y con el propósito de ejercer el asambleísmo. Llegó a vender más de 100.000 ejemplares y se convirtió en el referente libertario de una generación que quería descargarse la losa franquista. Cabía todo, o casi todo. Cabía la ortodoxia y la heterodoxia. Era sorprendente, fresca y atractiva. Era Ajoblanco y había que seguir su pista. Horas antes de la llegada del primer número a los quioscos -entre otros asuntos se recogía un artículo sobre Frank Zappa y un informe sobre la movida sevillana-, Quim Monzò lanzó en Barcelona un brindis puño en alto: "Ajoblanco será una revista contra els imbecilistes". De todo ello y mucho más -el libro tiene 574 páginas- da cuenta Pepe Ribas (Barcelona, 1951), fundador de la revista, en Los 70 a destajo. Ajoblanco y libertad (RBA), una mezcla de autobiografía y crónica de la época. "Pertenezco a una generación con más humor que autoritarismo", asegura Ribas. "No hemos querido el poder. Posibilitamos desde la calle los cambios que llegaron después, pero la manipulación no iba con nosotros. En muchos casos se trata de gente que continúa en el compromiso desde los barrios, los sindicatos o las ONG. Nuestros hermanos mayores fueron políticos como Felipe o Maragall. Les gustaba la chanson, los dogmas, el poder y leían Triunfo, pero los seguidores de Ajoblanco no andábamos en esas coordenadas; crecimos con el ecologismo y el feminismo". La evolución de Ajoblanco creció a caballo de la CNT y los movimientos libertarios, pero siempre proclamó su independencia. Fuente y sigue leyendo: El País |
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