Paco Ibáñez, poesía y lucha en el Liceu
Un Paco Ibáñez oceánico y generoso; pedagógico, sarcástico y con voluntad de glosar los diversos perfiles de su obra. Fueron tres horas y 20 minutos de recital en el Liceu presididos por la máxima de Blas de Otero: Nos queda la palabra. El cantautor defendió a sus poetas de cabecera, cantó en ocho idiomas y bajó el telón, cómo no, tras su manifiesto más telúrico: A galopar. De negro existencialista y con su eterno aire "fuerte y desvalido", como le describió, en la presentación, Manuel Vicent, Ibáñez se abrió paso de la mano de textos castellanos. Abrió hermanando a Góngora (Déjame en paz, amor tirano, déjame en paz) y Quevedo (Es amarga la verdad), y trazó un hilo histórico que le llevó al pasado aún sangrante de Nocturno (Alberti), inspirado en el bombardeo de Madrid en la guerra civil. Paco Ibáñez lleva toda una vida cultivando una voz modulada y concentrada, a veces rozando el susurro profundo, lo cual provoca algunas objeciones ("¡más fuerte, Paco!", gritó alguien). Ese sello expresivo se adhiere como nunca a sus sensibles pulsaciones de guitarra y esos textos de Machado, Jorge Manrique y el Arcipreste de Hita que orientaron la primera parte del recital en paralelo a algunos comentarios jocosos: Ibáñez aludió al arzobispo Rouco Varela como un "drácula episcopal". El paseo se enriqueció del saxo de Gorka Benítez y condujo a Palabras para Julia, de José Agustín Goytisolo. Sigue leyendo aquí. |
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